miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sinfonía Número 2 de Anton Bruckner

La Segunda Sinfonía fue iniciada afines del verano de 1871. La primera versión se terminó el 11 de septiembre de 1872. Bruckner dirigió el estreno en Viena, el 26 de octubre de 1873. Posteriormente revisó la obra junto a su amigo Johann Herbeck y la nueva versión se estrenó el 20 de febrero de 1876. Para entonces Bruckner había terminado las primeras versiones de la Tercera, Cuarta y Quinta Sinfonías. Hubo revisiones menores realizadas en 1879 y 1891, de manera que existen fundamentalmente dos partituras diferentes: la versión original y la revisión de Bruckner-Herbeck.

Cuando Simón Sechter, el antiguo maestro de contrapunto de Bruckner, falleció en 1867, el amigo del compositor, Johann Herbeck, sugirió que Bruckner se presentara para el cargo de profesor que Sechter dejaba vacante en el Conservatorio de Viena. El trabajo hubiera sido suyo si hubiera querido, pero Bruckner vacilaba respecto de dejar su ciudad natal de Linz, le inquietaba la idea de asumir un puesto de enseñanza de tanta responsabilidad y temía que la remuneración del Conservatorio no le diera ingresos suficientes para vivir en Viena. Postergó la decisión una y otra vez. Poco tiempo atrás había sido rechazado para un cargo en la Universidad de Viena y temía que enseñar música en Viena no fuera para él. Paralizado por la indecisión, Bruckner cayó en una depresión e incluso le escribió a Herbert que estaba pensando en la posibilidad de poner fin a su vida.

Herbeck respondió: "No hay nadie a quien debas temer sino a ti mismo, especialmente si empiezas a escribir cartas histéricas a cualquier otro, como la que recibí de ti hoy. Lejos de dejar el mundo, ¡tú debes meterte en el mundo!" Tras varios meses de deliberaciones (!), el compositor aceptó la oferta. En octubre de 1868, a la edad de 44 años, se mudó a Viena y así comenzó una nueva fase de su vida. Dejó atrás una carrera de compositor principalmente de música eclesiástica y se convirtió en compositor de sinfonías. Es verdad que ya había terminado tres sinfonías (dos trabajos juveniles y la Primera), pero su verdadera madurez como compositor sinfónico se inició con la Segunda Sinfonía.

Bruckner pudo complementar sus ingresos actuando como organista en la Capilla Imperial. Su fama como intérprete superaba ampliamente su re­putación como compositor. Fue invitado a representar a Austria en un certa­men internacional de organistas en Francia donde logró ganar el primer pre­mio. Como consecuencia, fue el único austríaco invitado a tocar en la Exposición Internacional de Londres de 1871. Los viajes de Bruckner a Francia y a Inglaterra terminaron siendo los únicos viajes internacionales de este músico de provincia.

En Londres, Bruckner se sintió entusiasmado al ver "en todas partes mi nombre en letras más grandes que yo mismo". Desgraciadamente, el público británico estaba furioso por el hecho de que se hubiera invitado a muchos or­ganistas extranjeros mientras que se había omitido a ejecutantes ingleses. En consecuencia, las críticas fueron desfavorables, si bien a Bruckner le fue mejor que a los demás organistas. Se le ofreció la oportunidad de pagar para con­seguir una crítica favorable, cosa que él rechazó airadamente.

Mientras estaba en Inglaterra, Bruckner empezó a componer la Segunda Sinfonía. Hizo el esfuerzo consciente de escribir una pieza más simple que la Primera Sinfonía, porque varios críticos se habían quejado de las compleji­dades de esa obra. La buena voluntad del compositor para aceptar y actuar de acuerdo con la crítica, que provenía de músicos menos eruditos, presagió la tolerancia que manifestó durante toda su vida con respecto a las sugerencias de cortes y modificaciones en sus sinfonías. Como persona, Bruckner era una extraña mezcla de confianza y desconfianza en sí mismo. Siempre hablaba de su inconmovible fe en sus sinfonías y, sin embargo, repetidamente se inclinaba ante las solicitudes de "mejorarlas". Su biógrafo Edwin Doernberg cree que el problema radicaba en "el profundamente arraigado y sumiso respeto a las 'autoridades'" de Bruckner. Cualquiera que hubiera alcanzado una posición respetable, ya se tratara del crítico de un periódico o del director de una orquesta, era una autoridad y el compositor, aunque tenía casi 50 años, se inclinaba ante las opiniones de aquellos cuyas posiciones respetaba. Su deseo de escribir la sinfonía simple, que los críticos habían exigido, le causó gran dificultad. Admitió: "Me asustaron tanto que tenía miedo de ser yo mismo."

Decidió que más simple quería decir más claro y compuso un primer movimiento con numerosas pausas entre las secciones a fin de delinear más claramente la estructura de la sonata. Una vez terminada la sinfonía, fue ensa­yada por la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la dirección de Otto Dessof. El director desechó la obra por tonta y uno de los músicos de la orquesta la apodó la "Sinfonía de las Pausas". Se le pidió al compositor que hiciera algunos cortes y 61 aceptó eliminar alrededor de 30 o 40 compases. Pero este gesto no fue suficiente para Dessof, que quería que la sinfonía fuera abreviada sustancialmente. La partitura fue devuelta al compositor.

Bruckner no cejó en su intento de lograr una presentación de la obra. Con la ayuda de un patrocinador, alquiló la Filarmónica y la dirigió él mismo. A los miembros de la orquesta la obra seguía sin gustarles, pero actuaron como profesionales e hicieron lo que mejor pudieron. Como el patrocinador de Bruckner había pagado por una gran cantidad de ensayos, la función anduvo bien. Y fue muy bien recibida, aunque los críticos, no obstante, se quejaron de la música. Bruckner escribió una carta de agradecimiento a la orquesta:

"Jamás en mi vida podré expresar en palabras -y menos aun recompensar- todo lo que ustedes hicieron por mí ayer con tan­ta infinita amabilidad y en toda la vasta amplitud de su realización artística en la cual (si fuera posible) se superaron a sí mismos. Pero al menos puedo intentar expresar mi profunda emoción y mi infinita gratitud hacia ustedes. Les pido, pues, caballeros, que acepten mi agradecimiento profundo y sincero."

El compositor pidió permiso para dedicar la sinfonía a la Filarmónica. Como la dirección de la orquesta nunca respondió a esta carta, Bruckner decidió dedicar esta sinfonía a Liszt en vez de a la Filarmónica. A Líszt, Bruckner nunca le había gustado mucho y le escribió una carta de agradecimiento indiferente. Poco después el compositor húngaro extravió el manuscrito, que afortunadamente encontró su camino de vuelta al ofendido compositor de la sinfonía. Aparentemente Liszt jamás se dio cuenta, ni siquiera, de que había perdido la partitura. Finalmente, Bruckner decidió que no le dedicaría la obra a nadie.

Herbeck, el amigo de Bruckner, sugirió hacer extensos cortes y revisiones, con el propósito de lograr que la sinfonía fuera más fácil para directores y críticos. Herbeck esperaba hacerla más convencional, cuando en realidad esta es la primera obra en la que la singular personalidad musical de Bruckner emergió por completo. Con toda seguridad, Herbeck lo hacía pensando since­ramente en beneficiar a Bruckner, pero no era músico de la misma magnitud que el compositor y era incapaz de reconocer el carácter único de su música. Las dudas propias de Bruckner salieron a la superficie y este, con desgana, se mostró de acuerdo en eliminar grandes secciones y hacer otras modificaciones. De este modo comenzó la lucha de toda su vida con las revisiones y los amigos bien intencionados que deseaban embellecer sus sinfonías.

La nueva versión quedó terminada en 1876. Para entonces Bruckner había terminado las primeras versiones de la Tercera, Cuarta y Quinta Sinfonías. Las revisiones posteriores de la Segunda fueron menores, de manera que existen fundamentalmente dos partituras diferentes: la versión original y la revisión de Bruckner-Herbeck.

Ambas versiones se escuchan actualmente y tanto la una como la otra tienen sus defensores apasionados. La versión original es más equilibrada desde el punto de vista estructural, pero en algunos sentidos es más cruda. La revisión se hizo cuando el compositor ya tenía más experiencia en escribir para orquesta y por lo tanto parte de la orquestación es más sonora. Pero los cortes oscurecen algunas de las proporciones formales, de modo que la versión revisada es menos satisfactoria como conjunto. Los sentimientos del compositor mismo no ayudan para nada. Se mantuvo a favor de la revisión en forma terminante, pero quizá lo hizo por lealtad a Herbeck, que había muerto poco después de terminada su colaboración. Por otra parte, Bruckner nunca destruyó la partitura original, lo cual podría haber hecho si realmente hubiera creído que era, como la llamaba, nada más que un "arreglo antiguo".

Las pausas notorias del primer movimiento, que habían ridiculizado los músicos de la Filarmónica de Viena, no sólo sirvieron para delinear la forma. También crearon la típica estructura en bloque de todas las sinfonías posteriores de Bruckner. Cada sección es internamente continua, pero las junturas, marcadas por pausas (silencios literales o notas sostenidas suavemente), son muy inquietantes. El resultado es una música de un lirismo maravillosamente romántico y serena en la superficie, pero con una innegable corriente subterránea de intensidad. Si bien no hay razón para buscar una fuente de programa de esta contradicción, constituye un paralelo de la personalidad de Bruckner. Hombre sereno y plácido, él se sentía consumido por un torbellino interior que muchas veces irrumpió en forma de desórdenes nerviosos. De modo similar, la gracia casi propia de Schubert de la sinfonía se ve muchas veces interrumpida por discontinuidades ajenas a su lirismo, pero que aluden a emociones más oscuras que se encuentran bajo la superficie. El compositor explicó este movimiento con sencillez; "Cuando quiero presentar una idea nueva e importante, debo detenerme para recobrar el aliento." Pero en las pausas hay un significado mucho más profundo que lo que Bruckner comprendió conscientemente.

El movimiento lento tiene casi tantas pausas como el moderato, aunque estas tienden a romper menos la unidad. Así se permite el inherente lirismo elevarse indefinidamente, en especial en el último tercio del movimiento. Un detalle interesante es que Bruckner usa en la coda música del Benedictus de su Misa en Fa menor, compuesta poco antes que la sinfonía.

Debido a su carácter semejante a una danza, el tercer movimiento tiene menos pausas. Particularmente continua (aunque no totalmente desprovista de pausas) es la sección idílica del trío, un Landler maravillosamente nostálgico.

El final es el más discontinuo de los movimientos. Diferentes materiales y diferentes humores se enfrentan entre sí, a menudo ni siquiera entre pausas, como en los movimientos anteriores. Fanfarrias, un íntimo pasaje lento (otra cita de la Misa en Fa menor, esta vez del Kyrie), melodías líricas, pasajes de gran plenitud, incluso un scherzo pícaro (en el que los instrumentos alternan rápidamente, nota por nota), el movimiento contiene gran variedad.




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