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martes, 9 de septiembre de 2014

Elegías del amado fantasma (Primera elegía)

I

Inclinada, en tu orilla, siento como te alejas.
Trémula como un sauce contemplo tu corriente
formada de cristales transparentes y fríos.
Huyen contigo todas las nítidas imágenes,
el hondo y alto cielo,
los astros inventados, la vehemencia
ingrávida del canto.

Con un afán inútil mis ramas se despliegan,
se tienden como brazos en el aire
y quieren prolongarse en bandadas de pájaros
para seguirte adonde va tu cauce.

Eres lo que se mueve, el ansia que camina,
la luz desenvolviéndose, la voz que se desata.

Yo soy sólo la asfixia quieta de las raíces
hundidas en la tierra tenebrosa y compacta.


II

Allá está el mar que no reposa nunca.

Allá el barco y la vela infatigable,
los breves edificios de la espuma,
las olas retumbando y persiguiéndose.
Allá, en los arrecifes, las sirenas
con el cabello y la canción flotantes
en lúcidos pendones musicales.


III

Yo quedaré dormida como el árbol
al que no abrazan hiedras de amorosa frescura,
ni corona los nidos
ni rasgan su corteza verdes retoños tiernos.
Y estaré ciega, ciega para siempre
frente al escombro de un espejo roto.

Si alguna vez me inclino como ahora
con un además trémulo de sauce
habrá de ser para asomarme en vano
al opaco arenal que abandonaste.



De: De la vigilia estéril



miércoles, 13 de agosto de 2014

Elegías del amado fantasma (Segunda elegía) - Rosario Castellanos

 I

Convaleciente de tu amor y débil
como el que ha aposentado largamente en sí mismo
agonías y fiebres,
salgo, purificada y tambaleante,
al reclamo de calles y de patios.
¡Qué algarabía de ruidos confusos y de olores
mezclado! ¡Qué agresivo
desorden de colores esparcidos!

Con los cinco sentidos sellados yo recibo
en mansedumbre el sol sobre mi espalda.

Las hormigas circulan a mis plantas.

Si alguien me sacudiera despertara
en un extraño mundo, frágil y húmedo,
como bañado en lágrimas.


II

No es en el costado la herida, ni en las sienes.
Las manos palparían sin hallarla
y el que escuche las quejas atiende señas falsas
y confía en palabras inexactas.
No es siquiera una herida. Es el cimiento
roído de gusanos, la escalera
incompleta y las aguas estancadas.


III

Arrullo mi dolor como una madre a su hijo
o me refugio en él como el hijo en su madre
alternativamente poseedora y poseída.
No supe aquella tarde
que cuando yo decía adiós tú decías muerte.

Ahora no es posible saber nada.

Para dejar caer, rendida, mi cabeza
busco una piedra lisa por almohada.
No pido más que un limbo de soledad y hastío
que albergue mi ternura derrotada.


De: De la vigilia estéril
ROSARIO CASTELLANOS
Copyright © Derechos reservados del titular.

                                                                 Segunda elegía