viernes, 27 de junio de 2014

Oraciones Panteístas - José Pedroni



Hermano viento

Trepado en el pino derecho y obscuro
que tiene mi tiempo
_lo plantó en la puerta cuando vine al mundo
mi abuelo ya muerto_,
tu vieja palabra, jamás entendida,
me silbas, oh viento!

Parado el molino, sin agua en la acequia,
con el río lejos,
siete largos días con sus siete noches
te esperé en silencio
_de día, rondando mi casa empolvada;
de noche, despierto_;
y llegas del este con las alas frescas
cuando todo el campo se ponía viejo.
¡Oh hermano errabundo, oh hermano que siempre
me llegas a tiempo!

Así como el ave que por las migajas
de mi pan moreno,
baja un día y otro de ese mismo pino
sin ningún recelo,
bájate, mi amigo, rasguña mi puerta,
ábrela sin miedo
_que en puerta de pobre siempre está caída
la llave en el suelo_,
y aventando toda mi papelería,
quédate jugando con mi libro abierto.

Viento, fuerte amigo, que no viendo nada
_siempre fuiste ciego_,
mueves sin cansarte mi molino torpe
y el de mi vecino, que es liviano y nuevo;
viento, fuerte amigo, que en un día pasas
polvoroso y recio;
y en un día vuelves por la misma calle
con olor de riego;
viento, fuerte amigo que nos das el agua
y que, al mismo tiempo,
silbas en las redes, gruñes en las puertas,
zumbas en los huecos,
juegas con el humo sobre los tejados,
soplas en los fuegos,
y las nubes llevas y las nubes traes
para que encantado las contemple el pueblo.

Viento, fuerte amigo, que en un día balas
como oveja madre que perdió el cordero,
y en un día aúllas a través del campo
lo mismo que un perro.

Viento: pocos piensan _¡y por qué pensarlo,
si has de ser eterno!_,
cómo quedaría la nube en el aire,
y esa nube blanca del agua: el velero,
y en el pueblo pobre la plaza de pinos
agudos y negros,
y en la tierra llana tanta legua sola,
y en el mar inmenso,
si de nuestro mundo, para siempre, un día
te perdieras lejos. . .
Viento: pocos piensan, mientras otros dudan
de tu valimiento.

Dudan, te avizoran, se precaven, ruegan,
cuando siempre fuiste como un hombre bueno.
Sin embargo, un día, después que en las calles
lo mismo que un niño te vieran corriendo,
sin que te esperasen, tumultuosamente,
llegaste del norte bajo un cielo negro:
y asolaste viñas, y embestiste trojes, (*)
y volaste techos,
antes que en las casas las mujeres solas
cerraran las puertas a tu descontento.
Y al volver confiado, sin ver en la noche
la luz de los fuegos,
hallaron los hombres por todo el camino
las cercas caídas, los rebaños sueltos,
las mujeres tristes llorando en las puertas,
los hijos despiertos,
y a ti por la arena, lo mismo que un niño,
corriendo, corriendo,
sin ver a la gente, sin oír las voces,
cual si no supieras lo que habías hecho.

Por eso los hombres te cierran sus casas;
por eso los hombres no te quieren, viento.

Sepan, sin embargo, los que te condenan,
que también hay perros
que han mordido al amo; que también hay amos
que han herido al perro;
que también hay almas que han seguido fieles
la palabra pura de los hombres buenos,
y después la odiaron, tan injustamente,
que de cara al cielo,
mudos de fracaso, llorando, llorando,
los dulces varones desaparecieron.

Sepan que no sabes detener tus alas;
piensen en la angustia de tu vuelo ciego.

Oh viento, algún día, de tanto escucharte,
sabré tu secreto
_el que desde niño me vienes contando
y que yo no entiendo_;
oh hermano, algún día sabré la palabra,
y entonces, sin cuerpo,
rondando villajes, moviendo molinos,
cruzando desiertos,
con el nombre humilde que quieran ponerme
seré un viento fresco.

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